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Pandemia y música: el coronavirus, mi smartphone y la televisión

Pandemia y música: el coronavirus, mi smartphone y la televisión

Pandemia y música: el coronavirus, mi smartphone y la televisión

La pandemia del nuevo coronavirus ha reformulado algunos mecanismos que, narrados de forma tradicional, no hubieran tenido éxito en el contexto actual. La cultura, y específicamente la música, han experimentado una profunda metamorfosis desde lo estructural y conceptual y han marcado, a mi juicio, un punto referencial que puede y debe guiarnos por un sendero luminoso en cuanto a la circulación musical de estos y futuros tiempos. Creo ponderable considerar para ello dos cauces fundamentales (amén de otros afluentes posibles, claro está): primero, la sabia utilización de plataformas digitales que no habían sido casi explotadas en concordancia con la dinámica del universo mediático y promocional que experimentan, desde hace buen tiempo, disímiles disqueras y demás entes encargados del marketing corporativo en buena parte del planeta. En esa línea y siendo sinceros, y autocríticos, no teníamos un alcance medianamente importante o que hiciera frente a la sed que desde otras zonas geográficas se tiene de nuestra música. La rápida asimilación de los rudimentos para procesar, colocar y dinamizar contenidos musicales de forma multi y transmedial por parte del Ministerio de Cultura cubano, desconfiguró de pronto un escenario que parecía inamovible y ortodoxo, contra el pronóstico de apóstatas y taciturnos que, basados en fórmulas preexistentes y con algunas dosis de razón, no auguraban un cambio consustancial al nuevo liderazgo cultural del país y el citado organismo. La apropiación rápida y la asunción de posturas transgresivas ante herramientas comunicacionales desconocidas para el consumidor interno, dieron paso a una nueva realidad que ya habita entre nosotros y que ha comenzado a formar parte del vocabulario nacional. Terminologías como streaming, online y live, saltaron del uso de unos pocos entendidos hacia el policromático y abierto dicharacho cubano, incluyendo además chistes, memes o formando parte de las noticias de cualquier noticiario del país. Ahora bien, ¿cómo diseñar o jerarquizar la realidad musical del país? ¿Cómo lograr interactuar o hacer coincidir gustos, tendencias y calidades? En ese aspecto se corrió el riesgo de programar una serie de eventos para, desde un prisma de calidad e inclusión, visibilizar expresiones musicales de amplia y reconocida validez, representativas de todo el país. Y digo riesgo porque tener en consideración varias tendencias musicales y sus exponentes es una labor compleja que requiere tacto y criterio firme, donde unos podrán estar de acuerdo y otros no, lógicamente.
El otro elemento digno de destacar en esta articulación que bien pudiéramos denominar como alianza de la industria y los medios no tradicionales, es el papel jugado por los artistas. Opino que sin su obra y su acción renovadora no hubiera sido posible una genuina amplificación del mensaje cultural que, por cierto, bastante competencia tiene con otras aristas de la comunicación en estos tiempos. Habría que remontarse al estudio de tendencias y prácticas de corte político para entender, aunque unos digan que no, la importancia que el sistema hegemónico dominante actual le confiere al discurso cultural como arma fundamental de subyugación de pensamiento, además de constituir una feroz máquina aniquiladora y despojadora de culturas contrarias a su afán totalizador. Por ello la huella creativa del artista se convierte en el eje discursivo de este nuevo momento promocional, donde se ha tratado —y se trata— de continuar dándole voz y espacios a la creación musical desde la originalidad, la autenticidad y la soberanía sonora. De géneros como la trova, el jazz, el rock, la rumba y muchos más se ha servido el menú virtual-televisivo que muchos han disfrutado, ya sea desde la señal aún en aumento de canales televisivos como Clave, o desde la comodidad de su dispositivo móvil, aunque, todavía, para no pocos siga siendo quimera poder acceder a estos nuevos medios con mayor frecuencia debido a los altos costes del acceso a Internet en el país. Pero, y no precisamente a modo de justificación, pienso que no puede esperarse o detenerse un proceso de dinamización cultural como el puesto en marcha, pretextando asuntos que dependen de otras decisiones del país y que en los últimos meses han dado señales alentadoras. Véase si no los trabajos promocionales previos a la unificación monetaria y la restructuración salarial, aplazada probablemente por la circunstancia del coronavirus. Sucumbir ante tales justificaciones se hubiera traducido en no realizar un salto importante de contenido musical hacia la hipermedialidad y seguir dilatando nuestra interlocución con un concepto estético y de pensamiento consustancial a la visualidad contemporánea.
Las bondades, entre ellas la inmediatez y generalización de contenidos que nos proporcionan las plataformas virtuales, han sido bien absorbidas por quienes tuvieron la visión que desde la institucionalidad puede hablarse de una matriz de pensamiento en esta dirección, a favor de las necesidades culturales del país. La coherente decisión de escoger, generar, posicionar e inundar espacios virtuales antes vacíos, logra un consenso generalizador y optimista, en parte porque se ha escogido a un grupo de artistas audiovisuales capaces de traducir en lenguajes propios, y con altos estándares de calidad, toda la avalancha musical generada en estos meses de pandemia e involuntario aislamiento social. Nos tocará ahora, de muy diversas maneras, perfeccionar o dejar morir el empeño de tantos artistas y de la institución, y diseñar eficientes estrategias de promoción y generación morfológica, así como de pensamiento cultural acordes a estos tiempos. Por mi parte, creo en nuestra capacidad para perfeccionar lo logrado y en la eficacia de los debates que en esta dirección se generen, nunca a ceder espacios nacidos y gestados desde la real, profunda y endógena creatividad artística del país.
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